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sábado, 23 de abril de 2011

La fe se funda sobre la Cruz


Al término del Sermón de las Siete Palabras, el 22 de abril, viernes Santo, el Cardenal Cipriani presidió la celebración de la Pasión del Señor, animando a los fieles a reconocer la grandeza de la luz que irradia desde la cruz.
“Mira la cruz y baja la cabeza, ¡humíllate!, y cambia. El que no sienta la necesidad de salvación no tiene lugar en la Iglesia Católica, el que no necesita redentor no tiene lugar en el corazón de Cristo”, señaló el Arzobispo de Lima.
En tal sentido recordó la gran devoción del pueblo peruano por el Señor de los Milagros, que como ya es toda una tradición salió en procesión de manera especial en Viernes Santo para participar de los Oficios en la Catedral de Lima.
“Aquí en esta ciudad y en tantas partes del mundo, cuando sale el Señor de los Milagros millones se despiertan al paso de esa luz que irradia no solo su imagen sino la realidad que está detrás de la imagen: el Señor, Cristo, de los milagros”, recordó. 
Al ver la imagen del Cristo de Pachacamilla, el Pastor de Lima señaló que el amor cristiano brota del dolor de la muerte de Cristo. 
“La resurrección surge después de la muerte, no son palabras, cada día, cada momento del día en el hogar, entre los amigos está la cruz, está el Señor que me dice: ayúdame a cargar la cruz; Señor enséñame el camino para perdonar, qué lejos se ha ido el mundo”, lamentó. 
“Decía el Papa Benedicto XVI ayer en Roma: “Queremos hacer un Dios a nuestro gusto, fabricar un Cristo a nuestra medida”. Hermanos, queremos que Cristo bendiga a todos, Cristo bendice el bien, el matrimonio, la familia y la vida”, animó.
Como se recuerda, el Viernes Santo, la Iglesia no celebra ninguno de los Sacramentos, tampoco la Santa Misa. Por ello, se celebró una liturgia especial en donde se leyó la Pasión del Señor según el Evangelio de San Juan.
En esta liturgia tuvo lugar la Adoración de la Cruz, donde los miles de fieles congregados en la Iglesia Primada adoraron la cruz.
En la celebración de la Pasión del Señor también participaron el Nuncio Apostólico, Monseñor Bruno Musarò y los Obispos Auxiliares de Lima, Monseñores Raúl Chau y Guillermo Abanto; así como sacerdotes.


Fuente www.arzobispadodelima.org

Vigilia Pascual


SOBRE LAS TINIEBLAS DE LOS CORAZONES BRILLA SU LUZ

La afirmación de la muerte de Dios resuena, cada vez con más  fuerza, a lo largo de nuestra época. En primer lugar aparece en Jean Paul 1, como una simple pesadilla. Jesús muerto proclama  desde el techo del mundo que en su marcha al más allá no ha  encontrado nada: ningún cielo, ningún dios remunerador, sino sólo  la nada infinita, el silencio de un vacío bostezante. Pero se trata  simplemente de un sueño molesto, que alejamos suspirando al  despertarnos, aunque la angustia sufrida sigue preocupándonos en  el fondo del alma, sin deseos de retirarse. Cien años más tarde es  ·Nietzsche-F quien, con seriedad mortal, anuncia con un estridente  grito de espanto: «¡Dios ha muerto! ¡Sigue muerto! ¡Y nosotros lo  hemos asesinados. Cincuenta años después se habla ya del asunto  con una serenidad casi académica y se comienza a construir una  «teología después de la muerte de Dios», que progresa y anima al  hombre a ocupar el puesto abandonado por él.
SABADO-STO/MISTERIO: El impresionante misterio del sábado  santo, su abismo de silencio, ha adquirido, pues, en nuestra época  un tremendo realismo. Porque esto es el sábado santo: el día del  ocultamiento de Dios, el día de esa inmensa paradoja que  expresamos en el credo con las palabras «descendió a los  infiernos», descendió al misterio de la muerte. El viernes santo  podíamos contemplar aún al traspasado; el sábado santo está  vacío, la pesada piedra de la tumba oculta al muerto, todo ha  terminado, la fe parece haberse revelado a última hora como un  fanatismo. Ningún Dios ha salvado a este Jesús que se llamaba su  hijo. Podemos estar tranquilos; los hombres sensatos, que al  principio estaban un poco preocupados por lo que pudiese suceder,  llevaban razón.
Sábado santo, día de la sepultura de Dios: ¿No es éste, de forma  especialmente trágica, nuestro día? ¿No comienza a convertirse  nuestro siglo en un gran sábado santo, en un día de la ausencia de  Dios, en el que incluso a los discípulos se les produce un gélido  vacío en el corazón y se disponen a volver a su casa avergonzados  y angustiados, sumidos en la tristeza y la apatía por la falta de  esperanza mientras marchan a Emaús, sin advertir que aquél a  quien creen muerto se halla entre ellos?
Dios ha muerto y nosotros lo hemos asesinado. ¿Nos hemos  dado realmente cuenta de que esta frase está tomada casi  literalmente de la tradición cristiana, de que hemos rezado con  frecuencia algo parecido en el vía-crucis, sin penetrar en la terrible  seriedad y en la trágica realidad de lo que decíamos? Lo hemos  asesinado cuando lo encerrábamos en el edificio de ideologías y  costumbres anticuadas, cuando lo desterrábamos a una piedad  irreal y a frases de devocionarios, convirtiéndolo en una pieza de  museo arqueológico; lo hemos asesinado con la duplicidad de  nuestra vida, que lo oscurece a él mismo; porque, ¿qué puede  hacer más discutible en este mundo la idea de Dios que la fe y la  caridad tan discutibles de sus creyentes?
La tiniebla divina de este día, de este siglo, que se convierte  cada vez más en un sábado santo, habla a nuestras conciencias. Se  refiere también a nosotros. Pero, a pesar de todo, tiene en sí algo  consolador Porque la muerte de Dios en Jesucristo es, al mismo  tiempo, expresión de su radical solidaridad con nosotros. El misterio  más oscuro de la fe es, simultáneamente, la señal más brillante de  una esperanza sin fronteras. Todavía más: a través del naufragio  del viernes santo, a través del silencio mortal del sábado santo,  pudieron comprender los discípulos quién era Jesús realmente y  qué significaba verdaderamente su mensaje. Dios debió morir por  ellos para poder vivir de verdad en ellos. La imagen que se habían  formado de él, en la que intentaban introducirlo, debía ser  destrozada para que a través de las ruinas de la casa deshecha  pudiesen contemplar el cielo y verlo a él mismo, que sigue siendo la  infinita grandeza. Necesitamos las tinieblas de Dios, necesitamos el  silencio de Dios para experimentar de nuevo el abismo de su  grandeza, el abismo de nuestra nada, que se abriría ante nosotros  si él no existiese.
D/SILENCIO D/DORMIDO /Mc/04/35-41 /Mt/08/23-27  /Lc/08/22-25:
Hay en el evangelio una escena que prenuncia de forma  admirable el silencio del sábado santo y que, al mismo tiempo,  parece como un retrato de nuestro momento histórico. Cristo  duerme en un bote, que está a punto de zozobrar asaltado por la  tormenta. El profeta Elías había indicado en una ocasión a los  sacerdotes de Baal, que clamaban inútilmente a su dios pidiendo un  fuego que consumiese los sacrificios, que probablemente su dios  estaba dormido y era conveniente gritar con más fuerza para  despertarle. ¿Pero no duerme Dios en realidad? La voz del profeta  ¿no se refiere, en definitiva, a los creyentes del Dios de Israel que  navegan con él en un bote zozobrante? Dios duerme mientras sus  cosas están a punto de hundirse: ¿no es ésta la experiencia de  nuestra propia vida? ¿No se asemejan la Iglesia y la fe a un  pequeño bote que naufraga y que lucha inútilmente contra el viento  y las olas mientras Dios está ausente? Los discípulos,  desesperados, sacuden al Señor y le gritan que despierte; pero él  parece asombrarse y les reprocha su escasa fe. ¿No nos ocurre a  nosotros lo mismo? Cuando pase la tormenta reconoceremos qué  absurda era nuestra falta de fe.
Y, sin embargo, Señor, no podemos hacer otra cosa que  sacudirte a ti, el Dios silencioso y durmiente y gritarte: ¡despierta!  ¿no ves que nos hundimos? Despierta, haz que las tinieblas del  sábado santo no sean eternas, envía un rayo de tu luz pascual a  nuestros días, ven con nosotros cuando marchamos  desesperanzados hacia Emaús, que nuestro corazón arda con tu  cercanía. Tú que ocultamente preparaste los caminos de Israel para  hacerte al fin un hombre como nosotros, no nos abandones en la  oscuridad, no dejes que tu palabra se diluya en medio de la  charlatanería de nuestra época. Señor, ayúdanos, porque sin ti  pereceríamos.
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1. El autor se refiere a Jean Paul F. Richter (1763-1825), que después de  cursar sus estudios de teología en Leipzig se dedicó a la literatura, dándose a  conocer con el simple nombre de Jean Paul (N. T.). 

JOSEPH RATZINGER

viernes, 22 de abril de 2011

Liberan en Pakistán a cristiano acusado de blasfemia


Los cristianos de Pakistán y la Fundación Masih celebraron la liberación de Arif Masih que permanecía encerrado en la cárcel desde el 5 de abril bajo una falsa acusación de blasfemia.
El presidente de la Fundación Masih, Haroon Barkat Masih, explicó a La Bussola Quotidiana que la liberación de Masih, ocurrida el 18 de abril, es sorprendente.
"Esto no sucede por regla general. Los islamistas de Pakistán, que desde luego no son pocos o tímidos, se jactan de ser capaces de derrotar e incluso matar a un infiel. Para ellos, los cristianos son los verdaderos enemigos, cada uno de ellos se considera siempre un amigo de Occidente, y por ello son desacreditados con dureza", indicó.
Barkat celebra que su amigo haya sido liberado. "Imagínense lo que puede suceder cuando un cristiano, como fue el caso de Arif, es encarcelado bajo la acusación de haber violado la ley contra la blasfemia. Nno entendemos el hecho de que no se le haya tocado ni un pelo. Damos gracias a Dios", añadió.
La Ley de Blasfemia agrupa varias normas contenidas en el Código Penal inspiradas directamente en la Shariah –ley religiosa musulmana– para sancionar cualquier ofensa de palabra u obra contra Alá, Mahoma o el Corán. La ofensa puede ser denunciada por un musulmán sin necesidad de testigos o pruebas adicionales y el castigo suponer el juicio inmediato y la posterior condena a prisión o muerte del acusado.
Tras su liberación, Arif y su familia viven en la clandestinidad por razones de seguridad.
"Arif está en riesgo continuo. Ahora que es un hombre libre, y ya no está protegido por los guardias de prisión y las estructuras de corrección, puede ser asesinado en la calle por cualquier fanático", agregó Barkat.
"Los cristianos son acosados ​​e injustamente encarcelados, necesitan hablar y escribir sin miedo, es necesario dirigir el centro de atención a ellos y actuar con la máxima libertad y generosidad posible. Con Arif ha funcionado", indicó.
Arif Masih fue acusado de blasfemia por un vecino, Shaid Yousaf, quien para saldar viejas cuentas personales, aseguró haber visto a Arif arrancar páginas del Corán y escribir cartas amenazantes a musulmanes con la intención de convertirlos al cristianismo.
La ley de blasfemia es usada con frecuencia para perseguir a la minoría cristiana, que suele ser explotada laboralmente y discriminada en el acceso a la educación y los puestos de función pública.
"Quienes pagan son los cristianos, sobre todo porque descargarse contra ellos es para muchos, demasiados, una virtud pública", afirmó Haroon Barkat.

Fuente: www.aciprensa.com

Mensaje del Arzobispo Juan Luis, Cardenal Cipriani

Viernes Santo

DANDO UN FUERTE GRITO, EXPIRÓ

Los evangelistas Mateo y Marcos describen así la muerte de Jesús: "Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró" (Mt 27,50; Mc 15,37). "Kraxas phone megala" en griego, "Clamans voce magna" en latín. En este grito de Jesús moribundo hay un gran misterio que no podemos dejar caer en el vacío. Si Jesús dio ese fuerte grito, fue para que se escuchara; si está escrito en el Evangelio, es también él evangelio. En ese grito se encierra todo lo que quedó sin decirse o no pudo expresarse con palabras en la vida de Jesús. Con él Cristo yació su corazón de todo lo que lo había llenado durante su vida. Es un grito que atraviesa los siglos con mucha más fuerza que todos los gritos de los hombres: de guerra, de dolor, de alegría, de desesperación.
No es arrogancia tratar de penetrar en el misterio de ese grito y de descubrir su contenido. Hay una razón objetiva, dogmática que nos autoriza a hacerlo. Se llama inspiración bíblica. "Toda la Escritura está inspirada por Dios" (2 Tm 3,16); "hombres como eran, hablaron de parte de Dios movidos por el Espíritu Santo" (2 P 1,21).
Hay alguien, pues, que conoce el secreto de aquel grito: el Espíritu Santo que "inspiró" todas las Escrituras. Y él suele explicar en un lugar lo que dejó sin explicar en otro; él explica con palabras inteligibles lo que otras veces dice "con gemidos inefables" (cf Rm 8,2-4.- Él es el único autor de toda la Biblia, bajo la gran diversidad de autores humanos.
"¿Quién conoce lo íntimo del hombre —dice el Apóstol—, sino el espíritu del hombre, que está dentro de él? Pues lo mismo, lo íntimo de Dios lo conoce sólo el Espíritu de Dios" (cf lCo 2,11). Por lo tanto, lo íntimo de Cristo nadie lo conoce, a no ser el Espíritu de Cristo, que estaba dentro de él y que durante toda su vida había sido su "compañero inseparable para todo" (BASILIo MAGNO, Sobre el Espíritu Santo, XVI, 39 (PG 32, 140). . Jesús lo hizo todo "en el Espíritu Santo". Todo lo que dijo lo dijo "en el Espíritu Santo" (cf Le 4,18). También su grito en la cruz fue un grito "en el Espíritu Santo", no el simple grito de un moribundo.
"Y nosotros hemos recibido el Espíritu que viene de Dios para que podamos conocer los dones que Dios nos ha dado" (1 Co 2,12), incluso los que nos dio con aquel grito.

* * *

Escribe el Apóstol en la carta a los Romanos: "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado" (Rm 5,5,). Yo nunca me había fijado en una cosa: en que san Pablo, con estas palabras, no se refiere al amor de Dios en general y en abstracto, sino a un momento determinado de ese amor, a un hecho histórico que pasa enseguida a explicar: "En efecto —prosigue el texto—, cuando aún éramos pecadores, Cristo murió por los impíos" (Rm 5,6). La expresión adverbial "en efecto: gar"— está indicando que se trata de una explicación de lo anterior; que a continuación se va a decir cuál es ese gran amor de Dios que el Espíritu Santo ha derramado en nuestros corazones.
Pero escuchemos atentamente, y todo íntegro, lo que el mismo Espíritu Santo nos dice por boca del Apóstol. Aquí nos estamos asomando, creo yo, al abismo del que surgió aquel grito de Cristo moribundo. "Cuando nosotros todavía éramos pecadores, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos. En verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería alguno a morir; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros... Cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo" (Rm 5,6-10).
El grito de Jesús en la cruz es un grito de parto. En aquel momento nacía un mundo nuevo. Caía el "diafragma" del pecado y se producía la reconciliación. Fue, pues, un grito de sufrimiento y a la vez de amor. "Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Jn 13,1). Los amó hasta el último suspiro. Podemos comprender cuán grávido estaría de fuerza divina ese grito de Cristo por el efecto inmediato que produjo en quien lo escuchó en vivo y en directo. Dice la Escritura que el centurión que estaba frente a Jesús crucificado, cuando lo vio expirar de aquel modo, dijo: "Realmente este hombre era Hijo de Dios" (Mc 15,39). Se hizo creyente.
Abrámonos simplemente a aquel grito de amor, dejemos que nos conmueva hasta las entrañas, que nos cambie. De lo contrario, nuestros Viernes Santos no servirán de nada. En cuanto Jesús dio aquel fuerte grito, "el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo, la tierra tembló, las rocas se rajaron, las tumbas se abrieron" (Mt 27,51). Con ello quería indicarse lo que debería ocurrir en nuestros corazones. Dios no tiene nada contra las rocas. Son otras las "rocas" que deben rajarse: son los "corazones de piedra" de los hombres que nunca jamás se han conmovido, que nunca han llorado, que nunca han querido reflexionar.
Jesús sabía muy bien que no hay más que una llave que abra los corazones cerrados, y esa llave no es el reproche, no es el juicio, no son las amenazas, no es el miedo, no es la vergüenza, no es nada. Es únicamente el amor. Y ésta es el arma que él usó con nosotros. "Nos apremia el amor de Cristo, al pensar que uno murió por todos" (cf 2 Co 5,14). La palabra que utiliza aquí san Pablo —synechei— significa, en sentido circular: nos aprieta por todas partes, nos asedia, nos envuelve; o también, en sentido lineal: nos acosa, no nos deja en paz, "urget nos", como traducía la Vulgata.
Debemos dejarnos apretar en ese abrazo. "Es fuerte el amor como la muerte; es centella de fuego, llamarada divina" (Ct 8,6). ¡Ojalá que esas llamaradas nos lamiesen en este día santo, ojalá que lamiesen al menos a alguno de nosotros y lo hicieran decidirse a rendirse por fin al amor de Dios! Cuando se trata de Dios, dejarse comprender y apresar es más importante que comprender. Estas cosas se les revelan a los pequeños y se les ocultan a los prudentes y a los sabios.

* * *

Démosle tiempo, pues, al pensamiento de que Cristo nos ama, para que nos envuelva y nos penetre hasta lo más hondo. Expongámonos a ese amor como a la luz de un sol estival. ¿Cómo es ese amor del Redentor?
La primera característica es que es un amor a los enemigos. "Cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados". Jesús había dicho que "nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15,13). Pero hay que entender bien qué quiere decir aquí la palabra amigos. Él mismo ha demostrado que existe un amor más grande que ése, más grande que el de dar la vida por los propios amigos, y es el dar la vida por los enemigos. Entonces, ¿qué quiere decir allí amigos? No los que te aman, sino los que amas tú. (Amigos tiene el significado pasivo de "amados", no el activo de "amadores"). Jesús llamó a Judas amigo (cf Mt 26,50), no porque éste lo amase (~lo estaba traicionando!), sino porque él lo amaba. ¿Y qué quiere decir aquí la palabra enemigos? No aquellos a los que tú odias, sino los que te odian a ti. (Enemigos, por el contrario, tiene el sentido activo de "los que odian", no el pasivo de los que son odiados"). Dios no odia a nadie, no considera a nadie como enemigo suyo. Buenos o malos, todos somos hijos suyos por igual.
Ésta es la cumbre más alta, el Everest del amor. Un amor del que no es posible imaginar que exista en el mundo otro mayor. ¡Morir por los enemigos, amar a quien te odia y quiere destruirte, más aún, a quien te está destruyendo! "¡ Padre, perdónalos! ¡ Padre, perdónalos!" Y esos enemigos éramos nosotros. Nosotros pecadores, nosotros "impíos", nosotros que aprendimos de Adán esa forma terrible de amor que se llama egoísmo, "el amor a uno mismo que nos lleva, si es necesario, hasta a despreciar a Dios" (.Cf SAN AGUSTIN, La ciudad de Dios, 14, 28.) "Él cargó con nuestros dolores... El Señor cargó sobre él todos nuestros crimenes..., y él no abría la boca" (cf Ls 53,4.6-7).
¡Cómo nos amaste, Redentor nuestro, cómo nos amaste! No permitas que volvamos a casa por enésima vez sin haber comprendido el misterio de este día. Haz que podamos decirte también nosotros, con alegría y emoción: "Has gritado, oh Dios, y tu grito rasgó mi sordera. Y ahora te anhelo" (.Confesiones, X, 27) ¡Ojalá que el grito de Cristo moribundo rasgue también nuestra sordera! Hace ya muchos siglos, en un día como éste, una gran mística estaba meditando profundamente sobre la pasión de Cristo cuando escuchó dentro de su alma estas palabras, que se hicieron famosas: "¡No te he amado de broma!" (Beata Ángela de Foligno).

La segunda característica consiste en que es un amor actual. No es un fuego apagado, no es algo del pasado, de hace dos mil años, de lo que sólo queda el recuerdo. Sigue actuando, está vivo. Si fuese necesario, volvería a morir por nosotros, pues el amor que lo llevó a la muerte permanece inmutable. "Yo soy más amigo tuyo que ése y que aquél otro —nos dice Cristo, con las palabras que le hizo escuchar un día a aquel gran creyente que fue B. Pascal—. Yo he hecho por ti más que ellos, y ellos nunca soportarían lo que yo te he soportado, no morirían nunca por ti en la hora de tu infidelidad y de tus crueldades, como lo he hecho yo y como volvería a hacerlo por mis elegidos" (B. PASCAL, Pensamientos, 553.)

Jesús ha ido hasta el fondo en sus muestras de amor. Ya no puede hacer más para demostrar su amor, pues no existe mayor prueba de amor que dar la vida. Pero ha agotado las muestras del amor, no el amor. Ahora su amor está en manos de otra señal especial, distinta, de una señal que es una realidad, más aún, una persona: el Espíritu Santo. "El amor de Dios —ese amor de Dios que ahora ya conocemos— ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo". Es, pues, un amor vivo, actual, palpitante, como vivo, actual y palpitante es el Espíritu Santo.
Donde los demás evangelistas habían dicho que Jesús, "dando un fuerte grito, expiró", Juan dice que, "inclinando la cabeza, entregó cl Espíritu" (Jn 19,30). Es decir, no sólo expiró, sino entregó el Espíritu, el Espíritu Santo, su Espíritu. Ahora sabemos qué era lo que se encerraba en aquel fuerte grito que Jesús dio al morir. ¡ Por fin se ha desvelado su misterio!

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Tercera característica: el amor del Redentor es un amor personal. Cristo murió "por nosotros", nos ha dicho el Apóstol. Si ese "por nosotros" lo tomamos en sentido colectivo, pierde algo de su grandeza. La desproporción numérica establece una cierta proporción de valor. Es cierto que Jesús es inocente y nosotros culpables; que él es Dios y nosotros hombres; pero, a fin de cuentas, él es uno solo y nosotros somos millones. Podría parecer menos exagerado que muera uno solo para salvar la vida de millones de creaturas. Pero no es así. Murió por nosotros" significa murió "por cada uno de nosotros". Debe entenderse en sentido distributivo, no en sentido colectivo. "Me amó y se entregó por mí", dice en otra parte el mismo Apóstol (Ga 2,20).

Por lo tanto, Jesús no amó a la masa, sino a los individuos, a las personas. Murió también por mí, y debo llegar a la conclusión de que habría muerto lo mismo aunque no hubiese habido que salvar a nadie más que a mí sobre la faz de la tierra. Esto es una verdad de fe. El amor de Cristo es un amor infinito porque es divino, no sólo humano. (Cristo es también Dios, no debemos olvidarlo nunca, ni siquiera por un instante). Y lo infinito no se divide en partes. Está todo él en todos. Cada día se consagran millones de formas en la Iglesia; pero ninguna de ellas contiene sólo una partecita del cuerpo de Cristo, sino a Cristo entero. Lo mismo ocurre con su amor. Existen millones de hombres, pero ninguno de ellos recibe sólo una partecita del amor de Cristo, sino todo su amor. Todo el amor de Cristo está en mí, y eso debe inspirarme una enorme alegría. Pero todo el amor de Cristo está también en el hermano, y esto debe inspirarme respeto hacia él, aprecio y caridad.
También yo puedo decir: "Me amó y se entregó por mí". Jesús conoce a sus ovejas por su nombre y las llama "una a una" (cf Jn 10,3). Para él nadie es sólo un número. ¡Qué nuevas y verdaderas suenan, puestas en los labios de Cristo crucificado, aquellas palabras de Dios que se leen en el profeta Isaías: "No temas, que te he redimido, te he llamado por tu nombre, tú eres mío... Porque te aprecio y eres valioso y yo te quiero" (Is 43,1.4). Te aprecio y te quiero: aquí todo está en singular. ¡ Qué dulces suenan estas palabras para quien se siente miserable, indigno, abandonado de todos, sólo con que tenga el valor de creerlas!
"¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo? —exclama, llegado a este punto, el Apóstol—. ¿La aflicción?, ¿la angustia?, ¿la vida?, ¿la muerte? ¡No! Nada podrá separarnos" (cf Rm 8,35-38). Éste es un descubrimiento que puede cambiar la vida de un hombre, ens la buena noticia que nunca debemos cansarnos de proclamar a los hombres de hoy Es lo único cierto e inamovible que hay en el mundo: ¡que Dios nos ama!

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He dicho que el grito de Jesús en la cruz es un grito de parto. Pero el suyo es un parto especial. Hace tiempo, encontrándome en el extranjero, me enteré de un caso conmovedor. Una joven esposa estaba esperando su primer hijo, cuando le diagnosticaron un cáncer. Si se sometía inmediatamente a quimioterapia, podría detener el tumor, pero le advirtieron que, lamentablemente, perdería casi con toda seguridad el niño. Tenía que elegir. Sus familiares y la opinión pública la presionaban para que salvase su vida, diciéndole que más adelante podría tener más hijos. Pero ella se mantuvo firme y se negó a hacer el tratamiento. Se convirtió en un caso nacional, del que se ocuparon repetidamente la prensa y la televisión, porque además en aquel país se hallaban en plena discusión sobre el aborto. Para sustraerse a la curiosidad, la mujer se fue del país y se refugió en la tierra natal de sus padres. Una vez allí, después de varios días dio a luz una preciosa niña, y una semana después murió.
Yo me pregunté: ¿qué sentirá esa niña, de mayor, cuando lo sepa? Todo en la vida le parecerá irrelevante, comparado con lo que hizo su mamá. A veces hay niños cuya madre murió al darles a luz. Esos niños tienen un no sé qué de especial; como si guardasen un misterio. Parece como si no supiesen o no quisiesen saber nada, pero en realidad aguzan el oído para captar cualquier recuerdo o cualquier palabra que se diga de ella. Para ellos, las personas se diferencian entre sí por la forma en que hablan de su madre. Aquella muerte está grabada en su ser; han nacido de ella.
Pues bien, nosotros somos aquella niña, nosotros somos esas criaturas que nacieron de una muerte. "Señor Jesucristo —dice en la Misa el sacerdote, antes de comulgar—, Hijo de Dios vivo, que por voluntad del Padre, cooperando el Espíritu Santo, diste con tu muerte la vida al mundo... — per mortem tuam mundum vivificasti...". El grito de Jesús en la cruz es el grito de alguien que muere dando a luz una vida.
Esta forma "materna" de explicar la redención tiene una ventaja: dice algo nuevo que integra y corrige, en parte, la visión "jurídica" que se basa en la idea del precio del "rescate". En el caso de la madre que muere para dar vida, el vínculo entre su muerte y la vida del hijo no es extrínseco, sino intrínseco. No reside en otra persona —en el Padre—, que, tomando en consideración aquella muerte, da la vida; sino que reside en el amor mismo de quien da la vida. La vida nace verdaderamente de la muerte. "Muriendo, diste la vida al mundo". Pero tampoco esta aplicación es suficiente por sí sola, sin la otra del "rescate". Pues el hijo, antes de nacer, no ha hecho nada contra la madre, no es "enemigo" ni "impío", como lo éramos nosotros antes de que Cristo nos diera la vida.

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¿Cuál será nuestra respuesta a esa revelación del amor de Cristo? No nos apresuremos a hacer propósitos y a intentar compensarlo. No podríamos, y además no es eso lo más importante que tenemos que hacer en este día.
Hay algo que tenemos que hacer antes que nada, y que es lo único que demostrará que hemos comprendido: conmovernos. No despreciemos las emociones. La emoción, si nace del corazón y es genuina, es la respuesta más elocuente y más digna que pueda existir ante la revelación de un gran amor o de un gran dolor. Cuando nos emocionamos, experimentamos que ya no nos pertenecemos a nosotros mismos. Emocionamos es abrir al otro lo más íntimo de nuestro ser. Por eso ante ella se siente pudor. Pero no tenemos derecho a ocultar nuestra emoción a quien es objeto de la misma. Le pertenece, es suya, él la ha provocado y a él está destinada. Jesús no escondió su emoción ante la viuda de Naín ni ante las hermanas de Lázaro, al contrario, "se echó a llorar" (Jn 11,35). ¿Y nos vamos a avergonzar nosotros de conmovernos ante él?
¿Para qué sirven las emociones? Son preciosas, porque son como la aradura que rompe la dura corteza permitiendo así a la semilla anidar profundamente en la tierra. La emoción es con frecuencia el comienzo de una verdadera conversión y de una vida nueva. ¿Hemos llorado alguna vez —o al menos hemos deseado llorar— por la pasión de Cristo? Ha habido santos que han gastado sus ojos a fuerza de llorar por eso. "Lloro la pasión de mi Señor", contestó Francisco de Asís a uno que le preguntaba por la razón de tantas lágrimas. Dice la Escritura: "Mirarán al que atravesaron... Harán duelo como por un hijo único" (Za 12,10; Jn 19,37). Esto no es sólo una profecía: es también una invitación, una orden de Dios.
Basta ya de llorar por nosotros mismos con lágrimas contaminadas, con lágrimas de autocompasión. Es hora de derramar otras lágrimas. Lágrimas hermosas, de asombro, de alegría, de agradecimiento. De emoción, antes incluso que de arrepentimiento. También esto es "renacer del agua". Cuántas veces, oyendo evocar la pasión, o disponiéndome yo mismo a hacerlo, me he acordado de aquel célebre verso de Dante y lo he repetido en mi interior, rebosando casi de cólera contra mí mismo: "Y si no lloras, ¿de qué llorar tú sueles" (DANTE ALIGHIERI, Infierno, XXXIII, 42.)

Nos da ejemplo la liturgia de la Iglesia. En Pascua siempre da rienda suelta a la emoción. "¡ Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros! —canta en el Exsultet—. ¡Qué incomparable ternura y caridad! ... ¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!" Repitámoslo también nosotros esta tarde, tras haber recordado el grito de Cristo moribundo en la cruz: "¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!"

Jueves Santo

La Pascua judía era y sigue siendo una fiesta familiar. No se celebraba en el templo, sino en la casa. Ya en el Éxodo, en el relato de la noche oscura en que tiene lugar el paso del ángel del Señor, aparece la casa como lugar de salvación, como refugio. Por otra parte, la noche de Egipto es imagen de las fuerzas de la muerte, de la destrucción y del caos, que surgen siempre de las profundidades del mundo y del hombre y amenazan con destruir la creación «buena» y con transformar el mundo en desierto, en lugar inhabitable. En esta situación, la casa y la familia ofrecen protección y abrigo; en otras palabras: el mundo ha de ser continuamente defendido contra el caos; la creación ha de ser siempre amparada y reconstruida.
En el calendario de los nómadas, de los cuales heredó Israel la fiesta pascual, la Pascua era el primer día del año, el día en que Israel había de ser nuevamente defendido contra la amenaza de la nada. La casa y la familia son como el valle en que la vida se halla protegida, el lugar de la seguridad y de la paz; la paz del habitar juntos, que permite vivir y guarda la creación. También en tiempos de Jesús se celebraba la Pascua en las casas, en las familias, luego de la inmolación de los corderos en el templo. Estaba prohibido abandonar la ciudad de Jerusalén en la noche de Pascua. Toda la ciudad se consideraba lugar de salvación contra la noche del caos, y sus muros eran como diques que defendieran la creación.
Todos los años, por Pascua, Israel debía acudir en peregrinación a la ciudad santa, para volver a sus orígenes, para ser creado de nuevo, para recibir otra vez su salvación, su liberación y fundamento. Hay aquí una profunda sabiduría. A lo largo de un año, un pueblo se halla siempre en peligro de disgregarse, no sólo exteriormente, sino también desde dentro, y de perder así las bases interiores que lo sustentan y rigen. Tiene necesidad de volver a sus antiguos fundamentos. La Pascua representaba este retorno anual de Israel, desde los peligros de aquel caos que amenaza a todo pueblo a aquello que antaño lo había fundado y que continuaba edificándolo en todo momento, a su ininterrumpida defensa y a la nueva creación de sus orígenes. Y puesto que Israel sabía que sobre él brillaba la estrella de la elección, era también consciente de que su buena o malaventura traería consecuencias para el mundo entero, que en su existencia o en su fracaso se jugaba el destino de la tierra y de la creación.
También Jesús celebró la Pascua conformándose al espíritu de esta prescripción: en casa, con su familia, con los apóstoles, que se habían convertido en su nueva familia. Obrando de este modo, obedecía también a un precepto entonces vigente, según el cual los judíos que acudían a Jerusalén podían establecer asociaciones de peregrinos, llamadas chaburot, que por aquella noche constituían la casa y la familia de la Pascua. Y es así como la Pascua ha venido a ser también una fiesta de los cristianos. Nosotros somos la chaburah de Jesús, su familia, la que el fundó con sus compañeros de peregrinación, con los amigos que con él recorren el camino del Evangelio a través de la tierra y de la historia.
Como compañeros suyos de peregrinación, nosotros somos su casa, y de esta suerte la Iglesia es la nueva familia y la nueva ciudad que es para nosotros lo que fue Jerusalén, casa viviente que aleja las fuerzas del mal y lugar de paz que protege a la creación y a nosotros mismos. La Iglesia es la nueva ciudad en cuanto familia de Jesús; es la Jerusalén viviente, cuya fe es barrera y muralla contra las fuerzas amenazantes del caos, que se confabulan para destruir el mundo. Sus murallas se hacen fuertes en virtud del signo de la sangre de Cristo, es decir, en virtud del amor que llega hasta el fin y que no conoce límites. Este amor es la potencia que lucha contra el caos; es la fuerza creadora que funda continuamente al mundo, los pueblos y las familias, y de este modo nos ofrece el shalom, el lugar de la paz, en el que podemos vivir el uno con el otro, el uno para el otro, el uno proyectado hacia el otro.
Pienso que, sobre todo en nuestro tiempo, existen sobradas razones para reflexionar de nuevo sobre tales analogías y referencias, y para dejar que ellas nos hablen. Porque no podemos menos de ver la fuerza del caos; no podemos menos de ver cómo surgen, precisamente en el seno de una sociedad desarrollada que parece saberlo y poderlo todo, las fuerzas primordiales del caos que se oponen a lo que esa sociedad define como progreso. Vemos cómo un pueblo que ha llegado a la cúspide del bienestar, de la capacidad técnica y del dominio científico del mundo, puede ser destruido desde dentro, y cómo la creación es amenazada por las oscuras potencias que anidan en el corazón del hombre y cuya sombra se cierne sobre el mundo.
Sabemos por experiencia que la técnica y el dinero no pueden por sí solos alejar la capacidad destructiva del caos. Únicamente pueden hacerlo las murallas auténticas que el Señor nos ha construido y la nueva familia que nos ha dado. Y yo pienso que, por este motivo, la fiesta pascual, que nosotros hemos recibido de los nómadas a través de Israel y de Cristo, tiene también una importancia política eminente en el más profundo de los sentidos. Nuestros pueblos de Europa tienen necesidad de volver a sus fundamentos espirituales si no quieren perecer, víctimas de la autodestrucción.
Esta fiesta debería volver a ser hoy una fiesta de la familia, que es el auténtico dique puesto para defensa de la nación y de la humanidad. Quiera Dios que alcancemos a comprender de nuevo esta admonición, de suerte que renovemos la celebración de la familia como casa viviente, donde la humanidad crece y se vence al caos y la nada. Pero debemos añadir que la familia, este lugar de la humanidad, este abrigo de la criatura, únicamente puede subsistir cuando ella misma se halla puesta bajo el signo del Cordero, cuando es protegida por la fuerza de la fe y congregada por el amor de Jesucristo. La familia aislada no puede sobrevivir; se disuelve sin remedio si no se inserta en la gran familia, que le da estabilidad y firmeza. Por esta razón, ésta ha de ser la noche en la que rehacemos el camino que conduce a la nueva ciudad, a la nueva familia, a la Iglesia; la noche en que de nuevo nos adherimos a ella con el más firme de los vínculos, como a la patria del corazón. En esta noche deberíamos aprender de esta familia de Jesucristo a conocer mejor a la familia humana y a la humanidad que ha de guiarnos y protegernos.
Se nos ofrece otra reflexión. Israel heredó esta fiesta del culto y de la cultura de los nómadas. Celebraban éstos la fiesta de la primavera el día en que iniciaban una nueva migración con sus rebaños. Lo primero que se hacía era trazar con sangre de cordero un círculo en torno a las tiendas. Con este gesto trataban de defenderse seguramente contra las fuerzas de la muerte, a las que deberían enfrentarse en no pocas ocasiones en el mundo desconocido del desierto. La ceremonia se llevaba a cabo con las vestimentas del peregrino en el momento de la partida, con la comida de los nómadas, el cordero, las hierbas amargas, que sustituían a la sal, y con el pan sin levadura. Israel ha heredado de sus tiempos de nomadismo estos elementos fundamentales en la celebración tradicional de la fiesta, y la Pascua le ha recordado siempre el tiempo en que era un pueblo sin hogar, un pueblo en camino y sin patria. Esta fiesta le ha traído siempre a la memoria que, aun cuando tenemos casa, seguimos siendo nómadas; como hombres que somos, nunca nos hallamos definitivamente en casa, estamos siempre con el pie en el estribo. Y pues vamos de camino y nada nos pertenece, todo cuanto poseemos es de todos y nosotros mismos somos el uno para el otro. La Iglesia primitiva tradujo la palabra Pascha como «paso», y expresó de este modo el camino de Jesucristo a través de la muerte hasta la nueva vida de la Resurrección.
CR/PEREGRINO: Por este motivo, la Pascua ha sido siempre, y sigue siendo hoy para nosotros, fiesta de la peregrinación; también a nosotros nos dice: somos únicamente huéspedes en la tierra; todos somos huéspedes de Dios. Por eso nos exhorta a sentirnos hermanos de aquellos que son huéspedes, pues nosotros mismos no somos otra cosa que huéspedes. Somos tan sólo huéspedes en la tierra; el Señor, que se hizo él mismo huésped y nómada, nos pide que nos abramos a todos aquellos que en este mundo han perdido la patria; espera de nosotros que nos pongamos a disposición de los que sufren, de los olvidados, de los encarcelados, de los perseguidos. El está presente en todos ellos. En la ley de Israel, cuando se dan normas para el tiempo en que el pueblo se establezca definitivamente en la tierra prometida, se insiste en prescribir que los peregrinos sean tratados igual que todos; y al hacerlo, se acude siempre a las palabras: «¡Recuerda que tú mismo fuiste nómada y peregrino!» Somos nómadas y peregrinos. Este es el punto de vista desde el que debemos entender la tierra, nuestra vida misma, el ser el uno para el otro.
Estamos tan sólo de paso en la tierra, y esto nos hace recordar nuestra más secreta y profunda condición de peregrinos; nos hace recordar que la tierra no es nuestra meta definitiva, que estamos en camino hacia el mundo nuevo, y que las cosas de la tierra no constituyen la realidad última y definitiva. Apenas nos atrevemos a decirlo, porque se nos echa en cara que los cristianos no se han preocupado nunca de las cosas terrenas, que no se han entregado en serio a edificar la ciudad nueva de este mundo, siempre con el pretexto de que tenían en el otro su morada. Nada de esto es verdad. Quien se zambulle en el mundo, aquel que ve en la tierra el único cielo, hace de la tierra un infierno, porque la fuerza a ser lo que no puede ser, porque quiere poseer en ella la realidad definitiva, y de esta suerte exige algo que le enfrenta consigo mismo, con la verdad y con los demás.
No; nos hacemos libres, libres de la codicia de poseer, justamente cuando tomamos conciencia de nuestro ser nómadas; es entonces cuando nos hacemos libres los unos para los otros, y es entonces también cuando se nos confía la responsabilidad de transformar la tierra, hasta que podamos un día depositarla en las manos de Dios. Por esta razón, esta noche del tránsito, que nos recuerda el último y definitivo trayecto del Señor, ha de ser para nosotros exhortación constante a recordar nuestro último viaje y a no echar en olvido que un día debemos abandonar todo cuanto poseemos, y que, al final de la vida, lo que de veras cuenta no es lo que tenemos, sino únicamente lo que somos; que, a lo último, deberemos responder sobre cómo -fundados en la fe- hemos sido personas en este mundo, personas que se han dado recíprocamente la paz, la patria, la familia y la nueva ciudad.
La Pascua se celebraba en casa. Así lo hizo también Jesús. Pero después de la comida, él se levantó y salió fuera, rebasó los límites establecidos por la ley, porque pasó al otro lado del torrente Cedrón, que señalaba los confines de Jerusalén. No tuvo miedo del caos, no quiso esquivarlo, se adentró en él hasta lo más profundo, hasta las fauces mismas de la muerte. Jesús salió, y esto significa que, pues las murallas de la Iglesia son la fe y el amor de Jesucristo, la Iglesia no es plaza fortificada, sino ciudad abierta; y, en consecuencia, creer significa salir también con Jesucristo, no temer el caos, porque Jesús es el más fuerte, porque él penetró en ese caos, y nosotros, al afrontarlo, le seguimos a «él». Creer significa salir fuera de los muros y, en medio de este mundo caótico crear espacios de fe y de amor, fundados en la fuerza de Jesucristo. El Señor salió fuera: éste es el signo de su fuerza. Bajó a la noche de Getsemaní, a la noche de la cruz, a la noche del sepulcro. Y pudo bajar porque, frente al poder de la muerte, él es el más fuerte; porque su amor lleva en sí el amor de Dios, que es más poderoso que las fuerzas de la destrucción. Su victoria, por tanto, se hace real justamente en este salir, en el camino de la Pasión, de suerte que, en el misterio de Getsemaní, se halla ya presente el misterio del gozo pascual. El es el más fuerte; no hay potencia que pueda resistírsele ni lugar que él no llene con su presencia. Nos invita a todos a emprender el camino con él, pues donde hay fe y amor, allí está él, allí la fuerza de la paz, que vence la nada y la muerte.
Al finalizar la liturgia del Jueves Santo, la Iglesia imita el camino de Jesús trasladando al Santísimo desde el tabernáculo a una capilla lateral, que representa la soledad de Getsemaní, la soledad de la mortal angustia de Jesús. En esta capilla rezan los fieles; quieren acompañar a Jesús en la hora de su soledad. Este camino del Jueves Santo no ha de quedar en mero gesto y signo litúrgico. Ha de comprometernos a vivir desde dentro su soledad, a buscarle siempre, a él, que es el olvidado, el escarnecido, y a permanecer a su lado allí donde los hombres se niegan a reconocerle. Este camino litúrgico nos exhorta a buscar la soledad de la oración. Y nos invita también a buscarle entre aquellos que están solos, de los cuales nadie se preocupa, y renovar con él, en medio de las tinieblas, la luz de la vida, que «él» mismo es. Porque es su camino el que ha hecho posible que en este mundo se levante el nuevo día, la vida de la Resurrección, que ya no conoce la noche. En la fe cristiana alcanzamos esta promesa.
Pidamos a Jesús en esta Cuaresma que haga resplandecer su luz por encima de todas las oscuridades de este mundo; que nos haga entender, también a nosotros, que él permanece siempre a nuestro lado en la hora de la soledad y el vacío, en la noche de este mundo, y que así edifica, por nuestro medio, la nueva ciudad de este mundo, el lugar de su paz, de la nueva creación.
JOSEPH RATZINGER
EL CAMINO PASCUAL

miércoles, 20 de abril de 2011

Miércoles Santo


Comentábamos ayer el desastre del amor de amistad, y lo veíamos como un desastre cósmico: es el desastre de la traición.
La Iglesia, Madre y Maestra, insiste hoy de nuevo sobre la traición. La traición de Judas, como quiebra del amor más perfecto: el amor de amistad. La traición mata el amor, en su raíz.
¿Cómo se llega a la traición? Primero por el deseo desmedido de intereses materiales: el dinero, que me lleva al poder y a la vida muelle, egoísta, complaciente y sensual. Y en segundo lugar, por la falta de trato con el amigo, que me deja y me mantiene en la ignorancia, y al no conocer bien el valor del amigo: de lo que es, de lo que vale, de lo que tengo con su trato, de lo que me hace vivir, no le hago aprecio y entonces, sin dificultad, lo vendo o lo abandono.
Hoy vemos a Judas vendiendo a Jesús. : « Entonces, uno de los doce, llamado Judas, se fue a los príncipes de los Sacerdotes y les dijo: « ¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego? » Ellos se ajustaron con él en treinta siclos de plata ». ¿Vosotros sabéis la bajeza que esto significa, treinta siclos de plata? ¿Imagináis a dónde llegó Judas en este ajuste de venta?. Mirad lo que dice el libro del Exodo en el capítulo 21, versículo 32: « si el buey cornea, dando muerte, a un siervo, se pagarán 30 siclos de plata al dueño del siervo y el buey morirá apedreado ». Es decir, Judas se convierte por este convenio de venta, en 30 siclos, en el dueño y amo de Jesús y Jesús en su siervo. No le importa que muera por la « cornada » de la crucifixión, por la que recibirá el precio de un siervo muerto, las 30 monedas. La relación de amistad la ha convertido en la relación más baja y humillante para el ser humano: la de dueño y esclavo. Judas, dueño. Jesús, su esclavo.
Y todo debido a la actitud de Judas: deseo desmedido de dinero, como nos lo relataba San Lucas en la escena de Betania, cuando Jesús cenaba con sus amigos y María ungió los pies de Jesús con un perfume caro, a la usanza de la época. Judas comentó: «¿Por qué no se ha vendido este perfume por 300 denarios para dárselo a los pobres? Esto lo dijo, añade San Lucas, no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón: y como tenía la bolsa, llevaba lo que iban echando ».
El dinero y el poder, a Judas le hicieron traición. No lo olvidemos nosotros tampoco: el afán desmedido por el dinero, por el tener con avaricia, el gozar materialmente, sin límites, el prestigio de firmas en el vestir, los viajes exóticos para ver y ver sin nada contemplar, el deseo desmedido de vivencias de lujo y de marcas de coches, me pueden hacer traición, y quedarme como un despojo de un mundo despiadado, sin amistad, la de verdad, claro, y ver cómo me quedo solo, marginado, olvidado, cuando mi situación es adversa.
Tan sólo se quedó Judas, sin el amigo, que no lo pudo soportar, porque el dinero no es amigo, es tirano... y se ahorcó. Vosotros sabéis que el suicidio aumente de forma alarmante en Europa, donde hay dinero, pero no hay amigos, solo compañeros de billeteras abultadas, tarjetas de crédito o dinero de plástico. " Tanto tienes, tanto vales".
Jesús va hacer suya esta Pascua judía. Será su Pascua. Esta cena no será una cena improvisada. Jesús ha previsto todo hasta en los últimos detalles. Será la nueva Alianza de la Humanidad con Dios. Su liberación del pecado y de la muerte eterna y empezará el hombre a vivir una nueva vida y será eterna.
"Llegada la tarde, se puso a la mesa con los doce discípulos y mientras comía, dijo: "Uno de vosotros me va a entregar". Muy entristecidos y consternados comenzaron a preguntarle uno tras otro: "¿soy yo acaso, Señor? Jesús respondió: "El que conmigo ha mojado el pan en la misma fuente, ese me va a entregar". Jesús hace un gesto de comunión, de amistad, al tender la fuente a Judas para que moje el primero su pan. Es un gesto simbólico de reconocimiento, de aprecio, de amistad. Por parte de Jesús no hay ninguna condena, sino el ofrecimiento de su amistad, porque "Él nos amó primero", como dice San Juan. Y nos ama y nos acoge tal como somos y tal como estamos en cada momento; tal como tú te sientes: mediocre, miserable, marginado, perverso, traidor.
Ponte, hermano, delante del Señor, en este tiempo privilegiado de esta Semana Santa, como lo hizo María: con sencillez, con humildad, con abandono en sus manos y como María di: "Hágase en mi según tu palabra". Déjate perdonar para que empieces a vivir de nuevo, con una mayor realidad y sinceridad la amistad con Jesús, para que experimentes, para que sientas que te quiere como eres y como estás. Basta ya de traiciones grandes o pequeñas, porque la traición nunca es pequeña o grande; la traición es siempre traición.
Es Judas el que se cierra al amor y a la amistad, porque el deseo exagerado de dinero ha endurecido su corazón. Es él, el que se excluye, al rehusar la mano tendida de su amigo Jesús. Jesús estaba habituado a "comer con pecadores", como se le ha reprochado a menudo. Y en esta noche de la cena Pascual, tampoco ha rechazado a un traidor. Es Judas, quien se separa de Él, porque en realidad de verdad, le conoce poco. Estaba con Él, pero su corazón estaba muy lejos de Él. Trabajaba con el grupo de los discípulos de Jesús, pero estaba con ellos con espíritu y actitud de jornalero, como le ocurría al hijo mayor de la parábola del hijo pródigo.
Judas, si con ellos trabajaba era quizás, porque en el grupo de amigos de Jesús, encontraba comida, protección, techo para dormir, compañía y... dinero, porque no dominaba la atracción por el dinero y hasta robaba de la bolsa común del grupo de apóstoles.
No conocía, ni trataba mucho a Jesús. Estaba con Él, pero vivía lejos de Él. Es la segunda causa en su vida y puede ser también en la nuestra, por la que abandonamos o vendemos a Jesús: la falta de trato y conocimiento del amigo, que me mantiene en la ignorancia y en la falta de experiencia vivida, y al no conocer bien el valor de la amistad: de lo que es, de lo que vale, de lo que me enriquezco en el trato con este amigo, de la vida abierta y esplendorosa que me hace vivir, entonces, sin dificultad lo vendo o lo abandono y lo critico, porque confundo a Jesucristo y su Iglesia o Asamblea, es decir los cristianos, con los judas, que encontramos en medio de la comunidad cristiana, sean curas, laicos u obispos. Y así estropeamos y destruimos el buen ambiente y fraternidad de una parroquia y hasta de un pueblo, porque nosotros no entendemos lo que es la amistad, ni de Jesús somos entonces amigos, pues, si entre sus apóstoles, que él mismo escogió, se dio un ladrón y traidor, Judas, ¿cómo vamos a pretender que en las asambleas cristianas de la diócesis o parroquias, no los haya?
"¿Soy acaso yo, Maestro?", le dijo Judas. "Tú lo has dicho". Eres tú quien lo has dicho.... Eres libre, y eres tú quién decides, porque sin libertad es imposible el amor. Todavía, Judas, tienes tiempo de aceptar esta mano amiga, que le tiende Jesús. Pero Judas, endurecida su mente y su corazón por el dinero y la falta de trato con el amigo, y así sólo, amargado, decepcionado de sí mismo, arrojará más tarde los treinta siclos de plata por el suelo del templo y se ahorcará, desesperado. No conoció al amigo. No supo lo que era la amistad, que es el amor más perfecto.
Al amigo, al amor nos lo encontraremos escondido en el alimento de pan y de vino, en la Eucaristía siempre que la celebramos. Que al encontrarle le digamos, como amigos, que todo lo dan, sin nada esperar, que esa es la esencia de la amistad:
"No me tienes que dar porque te quiera,
pues, aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero, te quisiera".
Y que acabemos con aquellos sentimientos de San Juan de la Cruz, al descubrir nosotros, con más profundidad, en esta semana santa, su amor, con el que nos ha amado, hasta morir, y su amistad, que nos ha ofrecido, dejándonos un poco heridos de este amor de amistad:
"¡Ay!, ¿quién podrá sanarme?
Acaba de entregarte ya de vero;
No quieras enviarme
De hoy, ya más mensajero,
Que no saben decirme lo que quiero.
Y todos cuantos vagan
De ti me van mil gracias refiriendo
Y todos más me llagan,
y déjanme muriendo,
Un no sé qué,
que quedan balbuciendo".

Fuente: www.mercaba.org

Los consejos del Papa para la Semana Santa

Benedicto XVI ha explicado en la audiencia general el significado del Triduo Pascual, los tres días en que la Iglesia celebra la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. El Papa ha invitado a los católicos a hacer una profunda confesión para prepararse a estos días.

Explicó que el Jueves Santo se bendicen los óleos para el Bautismo, la Confirmación, la Ordenación Sacerdotal y la Unción de Enfermos y se conmemora la institución de la Eucaristía.

Benedicto XVI
“Por la tarde se conmemora la última Cena de Jesús en la que instituyó la Eucaristía y el Sacerdocio, entregándose asimismo bajo las especies del pan y el vino, gestos que los Apóstoles debían repetir haciéndolos así ministros de su presencia entre los discípulos de todos los tiempos”.

El Papa recordó el sufrimiento de Jesús en el Huerto de los Olivos, donde asume todo el sufrimiento de la humanidad y lo transforma a la voluntad de Dios.

También explicó que los Apóstoles se quedaron dormidos y que este sueño es un símbolo de la insensibilidad del alma humana ante Dios. El Papa indicó que la adoración nocturna del Jueves Santo es un buen momento para reflexionar sobre este sueño o indiferencia ante Dios.

Benedicto XVI
“La adoración al Santísimo manifiesta que el Maestro nunca nos abandona, como el Padre no lo abandonó a él en el Huerto de Getsemaní”. Recordó que el Viernes Santo se leen los Evangelios de la Pasión y se conmemora la Muerte de Jesús. El Sábado Santo se celebra la Vigilia Pascual. Es la noche central donde se recuerda que Jesús ha vencido a la muerte con su Resurrección.

Benedicto XVI
“En la Vigilia Pascual celebramos a Cristo que vence a la muerte y nos da la verdadera vida, recibida del Bautismo. En estas celebraciones podemos asomarnos a la intimidad de Jesús y a su voluntad firme de amar al Padre y serle fiel en todo y aprender así de Él a imitarle en nuestra vida”.

Entre las más de 13.000 personas que asistieron había 3.500 jóvenes de todo el mundo que participan en el Congreso Internacional de Jóvenes Universitarios, UNIV, promovido por el Opus Dei.
 Fuente: www.romereports.com

martes, 19 de abril de 2011

VI aniversario del pontificado de Su Santidad Benedicto XVI



Hace seis años, el 19 de abril de 2005 tras cuatro rondas de votaciones, en el aire se esparció la fumata blanca que anunciaba que el Colegio Cardenalicio reunido en Cónclave, inspirado por el Espíritu Santo había votado elegido al Sucesor de Juan Pablo II. El Cardenal chileno Jorge Arturo Medina Estévez, protodiácono del Colegio Cardenalicio, se dirigía a los miles de fieles congregados en la Plaza de San Pedro para anunciar la elección del nuevo Pontífice en la persona del Cardenal Joseph Ratzinger, y el nombre que asumiría en su Pontificado. Escuchar: RealAudioMP3

“Annuntio vobis gaudium magnum; habemus Papam: Eminentissimum ac Reverendissimum Dominum, Dominum Josephum Sanctae Romanae Ecclesiae Cardinalem Ratzinger qui sibi nomen imposuit Benedictum XVI”.



Las Palabras pronunciadas por el hasta ese momento Prefecto para la Congregación para la Doctrina de la Fe apenas nombrado Papa Benedicto XVI, de 78 años de edad, que se asomaba desde el balcón central de la Basílica de San Pedro para saludar a su rebaño fueron las siguientes. Escuchar: RealAudioMP3



“Queridos hermanos y hermanas: después del gran Papa Juan Pablo II, los señores cardenales me han elegido a mí, un simple y humilde trabajador de la viña del Señor. Me consuela el hecho de que el Señor sabe trabajar y actuar incluso con instrumentos insuficientes, y sobre todo me encomiendo a vuestras oraciones. En la alegría del Señor resucitado, confiando en su ayuda continua, sigamos adelante. El Señor nos ayudará y María, su santísima Madre, estará a nuestro lado. ¡Gracias!”

Martes santo

Ayer, lunes santo, vimos y contemplamos como una ráfaga de amistad en Betania, con Marta, María y Lázaro, y Jesús con ellos, gozando, en paz y con alegría, y apostando por los hombres: "Vosotros seréis mis amigos. si hacéis cuanto os he mandado". Esa experiencia de la amistad en Betania, le sirvió y le ayudó a sufrir, padecer y callar en su gran cena pascual y en su oración agónica en el huerto de los olivos.

Profundamente conmovido, en medio de esa cena íntima de la Pascua judía, la que él iba hacer ahora suya, su Pascua, mirándolos a todos, con el brillo de sus ojos, reflejando la luz de las velas, dijo con voz pausada y amiga: " En medio de vosotros hay uno que me va a entregar"

Mirad fijamente, hermanos, contemplad su rostro para mejor sentir y comprender su drama. El silencio era plomo.

En medio del amor conyugal surge la infidelidad. En medio del amor familiar, un hijo, una hija da un portazo y se va... Son síntomas de locura, de inmadurez del corazón.. Pero en medio de la amistad, lo que surge no es la infidelidad o la locura, lo que surge es la traición, que es algo... satánico; sí satánico. No se puede explicar en su profundidad, ni se puede comprender. Es el misterio de la perdición: "más le valiera no haber nacido", dirá Jesús, de Judas, cuando salió para venderlo, para traicionarlo.

Jesús hizo el último intento para que la amistad con Judas no se quebrara. Durante la cena le dio a Judas, hijo de Simón, el Iscariote, para que nadie pudiera confundirlo, un trozo de pan, untado en la salsa, signo de distinción, de reconocimiento, de aprecio, de amistad. Resonaban en el corazón de Judas, aquellas palabras: "Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor. Ahora os digo amigos, porque todo lo que oí de mi Padre, os lo he dado a conocer" Judas, prefirió ser "siervo". Se hizo sordo a la invitación, a la amistad.. Tomó el pan con displicencia, y detrás del pan, entró en él... Satanás. Jesús le dijo, entonces: "lo que has de hacer, hazlo pronto". y entre labios y silencios, más que palabras, musitó: "más le valiera no haber nacido". "Mas le valiera no haber nacido"

Judas salió y llenó de oscuridad la noche. La muerte y la nueva Pascua han sido decididas desde que el traidor salió fuera: " Ahora ha sido glorificado ya el Hijo del Hombre y Dios ha sido glorificado en Él".

La amistad se rompe por la traición, que es, en primer lugar, arrastrar por el suelo los sentimientos más íntimos y más nobles. En segundo lugar es ser un homicida, al prostituir lo que más se ama y se quiere, es decir: matar los amores. Y en tercer lugar, profanar las ideas y pensamientos más luminosos.

Amor y traición: los dos contrarios, como tesis y antítesis hegelianas, que definen a Dios y es la encrucijada de la realización del hombre.

La vida y la nada. Amor y traición. Este es el dilema de esta cena de amigos: todo o nada. Y nos resuena Juan de la Cruz con sus "nadas" para llegar al Todo: "para venir a gustarlo todo, no quieras gustar algo en nada; para venir a saberlo todo, no quieras saber algo en nada; para venir a serlo todo, no quieras ser algo en nada; para venir a tenerlo todo, no quieras tener algo en nada; y cuando vengas todo a tener, has de tenerlo sin nada querer, porque si quieres tener algo en todo, no tienes puro en Dios tu tesoro…".

La vida es un misterio. No la encontramos en esos libracos gordos de biología o de botánica o de psicología. La vida, vida, se nos escapa de nuestros esquemas mentales. La traición también se nos escapa, es una huida hacia la nada, que es misterio trágico para la mente humana. Dios es, pues, amor, vida. Dios no es traición. Está dicho todo: Dios no es traición. No te atormentes, mi buen hermano, pensando cuantas veces robaste, mentiste, fuiste infiel. El pecado, pecado, está en la traición, que es muerte de la amistad. "Ya no os llamaré siervos... ahora os digo: amigos…" Puedes ser amigo. Eres amigo.

Solo quisiera acabar con el perfil del otro personaje del texto, donde todos nos encontramos y reconocemos con más o menos parecido: Pedro.

Pedro, en medio de un aire denso, pesado y triste, manifestó su impotencia con un rasgo de falsa valentía, gritando: "¡Daré mi vida por ti!". ¿Darás tu vida por mí?, le pregunta Jesús. ¡Pobre Pedro, qué iluso!. Pero Pedro negará, sí, negará, quebrará la amistad, pero no la aniquilará. No hará traición al Maestro. Llorará, sí, llorará. Pero no se ahorcará. como Judas lo hizo.

Quédate ahora, mi buen hermano, en el patio de Caifás, contemplando a Pedro aturdido por el eco, que sonaba fuerte en sus oídos: "daré mi vida por ti, daré mi vida por ti". y hasta, en aquel momento e tensión trágica, cogió, bravucón, una espada para defenderlo.

Escucha tú también el eco de tanta promesa renovada: de tu bautismo, de tu matrimonio, de tu profesión y contempla a Pedro en medio del patio, en la oscuridad de esa noche fría, rota por las llamaradas y chisporroteos de la hoguera. Quizás sus lágrimas las veas brillar al resplandor de las llamas, a medida que el gallo canta.

A lo mejor, acabas tu también llorando con él, porque en el fondo eres bueno, y te encontrarás de seguro, como Pedro, con la mirada de Cristo, al cruzar el patio. Es mirada llena de comprensión y de perdón, es mirada de amistad. Esa mirada nos la ha dejado sacralizada en el Sacramento de la Reconciliación, que no es moralina, ni lejía para limpiar las manchas mortales, sino encuentro con el único Señor de la misericordia, que te comprende en tu intimidad más profunda, herida y dolida, y por eso te perdona todo: lo grave y lo leve, porque solo sabe de amores, no de traiciones. "No saben lo que se hacen, no saben lo que se hacen", dirá y repetirá, colgado de la cruz.

Perdonad que insista y acabe como había empezado: qué importante debe ser esto de Amor y Traición en el marco de una cena de amigos, para que la Iglesia nos lo repita dos días seguidos y en la semana grande de los cristianos: Amor y Traición. -Traición y Amor y en el medio la negación de Pedro, diciendo: "daré mi vida por ti, daré mi vida por ti". y un momento después: "no, no le conozco, no le conozco".

Que lo conozcas y reconozcas al partir el Pan, en la Eucaristía, porque Él es el único que de verdad nos quiere, que de verdad te quiere como seas y como estés. Él es tu amigo. Y tú no seas ya siervo de tus traiciones. Sé también AMIGO de sus amores.

lunes, 18 de abril de 2011

Lunes Santo



            La Semana Santa, que es Semana Grande, porque los cristianos la queremos hacer Santa, es decir, diferente. Sanctus significa diferente. Pues diferentes queremos ser todos nosotros. Queremos ser mejores, ¿no es verdad? Dar un paso adelante en este caminar hacia lo que puede dar sentido a mi vida y hasta mis fallos, si queréis, decimos, pecados. Ir hacia lo trascendente, hacia Dios.

            En este camino encontraremos la verdad y la vida en Jesucristo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Semana, pues, de conversión, de cambio, de metanoia, para acercarnos un poco más a esta meta, a la que todos aspiramos, aunque a veces nos equivoquemos de camino, pero lo que sí es cierto en todos, es que todos buscamos la felicidad, el bien estar, el ser, sea como sea.
“Que si arduos son nuestros caminos, sabemos bien a dónde vamos”

Pero, convertirnos ¿de qué? ¿Qué queremos y qué debemos cambiar en nosotros para hacer santa esta semana, para hacerla grande? ¿Qué es lo más grande que podemos encontrar en el ser humano?
San Pablo nos lo dirá: “ahora permanecen estas tres cosas: la fe, la esperanza y el amor; pero la más grande y excelente de todas es el amor”  

            ¿Deberemos prestar más atención y ayuda a nuestros padres ancianos, a veces, un tanto olvidados? ¿Procuraremos no matar la honra y el buen nombre de mi prójimo, no murmurando, calumniando, diciendo mentiras y perjurando en algunas ocasiones? ¿Controlaremos mejor, con un cierto señorío, nuestra sexualidad  y afectividad para hacerla humana, racional y hasta más bella y bonita? ¿Despertaremos nuestra responsabilidad en nuestro compromiso social y evangélico, político y económico, empezando por lo menos importante y más difícil  de hacer: sostener con mi dinero la economía de mi parroquia y de mi diócesis? ¿La siento como mía?…

            Mirad, todo esto lo hemos debido examinar, pensar e intentar realizar durante la cuaresma. Pero hoy, al comenzar la Gran Semana, debemos dar un salto hacia adelante y mirar hacia lo alto. “ Quae sursum sunt quaerite, non quod super terram” “Buscad las cosas de arriba, nos dice San Pablo, pensad en las cosas de arriba, no en las de la tierra”

El paso, que debemos dar hacia adelante en esta Semana Santa, en esta Semana Grande, es, pues, un paso hacia adelante  en el AMOR; pero no en cualquier amor, sino en el AMOR de AMISTAD, porque la AMISTAD es la forma perfecta del AMOR, tan perfecta es, que la Iglesia, madre y maestra, pone a la consideración de todos los cristianos del mundo y aun a la de todos los hombres de buena voluntad, y nada menos que durante la  Semana Grande de toda la Cristiandad y por dos veces: la negación de la amistad como desastre cósmico, la traición en el amor de amistad. El Martes, la traición de Judas. Y el miércoles, de nuevo, la traición de uno de los doce, llamado Judas, el hijo de Simón Iscariote, para más señas.

Veremos a Jesús, profundamente conmovido y conmocionado, sin casi aliento, por este gran contraste, experimentando en sus sentimientos y en sus amores, pues “seis días antes, tan solo, de la Pascua, fue recibido por amigos de verdad”, que no hacen traición y que todo lo dan, todo lo entregan y lo ponen a tu servicio. Esto fue en Betania”.

Lo podemos leer en el texto evangélico de este lunes. Cenó con ellos, que la cena es siempre más romántica, íntima y amorosa, porque brillan los ojos al resplandor de la llama de las velas. Y además, aquel anochecer, en Betania, fue un derroche de amor, de ágape, que es el amor totalmente desinteresado, “al llenarse la estancia del perfume caro”, selecto y para tal circunstancia, con que “María ungió sus pies y no encontró mejor paño para enjugarlos que sus propios cabellos.
 Ocurría esto, “seis días antes de la Pascua. Jesús llegó a Betania donde vivía Lázaro, que Él había resucitado de entre los muertos”.

La proximidad de la Pascua y la presencia de Lázaro, resucitado, son una clave para la buena interpretación de esta escena ocurrida en la última semana de la vida de Jesús. Le invitaron a cenar. Es una cena entre amigos. Marta servía. “Lázaro, símbolo de la resurrección y de la alegría, era uno de los comensales. María escuchaba.”

Los amigos son los únicos que nos escuchan. Los demás, solo nos oyen. Imaginemos un poco la escena para ver si esta semana y nuestra vida  la hacemos Grande, invitando también nosotros a Cristo para escucharle, como buenos amigos.

 Antes de las horas de brutalidad y odio, la hora de la AMISTAD y de la convivencia. Dichoso en esta casa de las afueras de Jerusalén, mientras sus enemigos tenían un conciliábulo  de intrigas en la noche.
“María, tomó una libra de perfume, de gran valor. La derramó sobre sus pies, se los secó con sus cabellos y la casa se llenó de la fragancia del perfume”. Escena misteriosa y gesto insólito, excesivo, enorme, un derroche. El salario anual de un obrero. Así lo vio y juzgó Judas. No era amigo, no entendía las locuras de la amistad.

María, la orante, la que escucha, ella misma es perfume y crea un clima de paz y hasta de placer. Esas horas de oración parecen pérdida de tiempo, como a Judas le parecía pérdida, derroche, el perfume que derramó sobre los pies de Jesús. Quien no es amigo, no entiende de amores, solo del materialismo y de los intereses sórdidos de la vida, pues a “Judas, ladrón, le gustaba el dinero, como dios de su corazón.

“¿ Por qué no se ha vendido este perfume por 300 denarios para dárselo a los pobres?” “Jesús dijo entonces: dejadla; ha guardado este perfume para el día de mi sepultura”. El gesto tiene un alcance pascual. María anticipa los cuidados tradicionales, de embalsamamiento, que no podrán darse a su cuerpo, porque cuando vayan a hacerlo, ya habrá resucitado. Esta unción es, pues, símbolo y anunciadora de su triunfo: la RESURRECCION 

 “Los pobres los tendréis siempre entre vosotros; a mí, no”. Su ausencia producirá un gran vacío físico, material. Nosotros seguimos teniendo dificultad para encontrarle en los signos de los sacramentos, en la oración, en la vida de cada día. Aparentemente está ausente, pero presente en los acontecimientos, en el pobre, en el marginado, en el pecador, en esas situaciones límite de nuestra vida. Ahí está.

Y si por amigo de verdad lo tenemos, hagamos locuras, como María, que ella tampoco veía claramente en Cristo al Hijo de Dios.
Enséñanos a encontrarte, Señor Jesús, como buen amigo en los acontecimientos y avatares de la vida. Enséñanos a encontrarte en la Comunidad de tu familia, de la nación, de la sociedad internacional, en la Iglesia, en la Eucaristía, cuando participo en su celebración, como cumbre de toda la vida de la Iglesia y de la Humanidad.
Y que escuchemos muy quedamente en el corazón lo que él nos susurra: “Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer”

Fuente: www. mercaba.org

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