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jueves, 29 de noviembre de 2012

Decapitan en Afganistán a niña de 14 años tras negativa del padre a casarla

La Policía de Afganistán arrestó hoy a dos hombres acusados de decapitar a una niña de catorce años de edad en la provincia de Kunduz (norte) después de que el padre de ésta rechazara una propuesta de matrimonio formulada por uno de los detenidos.

"Nuestras investigaciones muestran que los que la mataron eran personas que querían casarse con ella. Estaban acosando a la familia y pidiendo su mano. Cuando se negaron, la mataron", agregaron fuentes policiales en declaraciones concedidas a la cadena británica BBC.

El padre de la niña asesinada dijo que se había negado a entregarla en matrimonio por "ser demasiado joven para estar prometida", según informa la agencia afgana de noticias Pajhwok.

Fuentes oficiales afganas han indicado que los dos sospechosos son familiares cercanos de la chica asesinada.
Fuente: aciprensa.com

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Ministra evangélica apoya adopción gay en Perú


La Ministra de la Mujer y Poblaciones Vulnerables en Perú, la evangélica Ana Jara, expresó su apoyo a la adopción gay asegurando que con estas parejas los niños pueden recibir los mismos valores que con "parejas heterosexuales".

Jara aseguró durante la entrevista realizada en el noticiero matutino "Abre Los Ojos" el 27 de noviembre, que el niño adoptado por una pareja gay "va a recibir amor".

El conductor del programa, Beto Ortiz, cuestionó a la ministra sobre si se opondría a la adopción gay, a lo que ella respondió que "no, por favor, no". Jara recibió la aprobación de Ortiz, abiertamente homosexual, que la elogió al decir "bravo, qué bien, pensé que eras más conservadora".

La Ministra de la Mujer aseguró que el niño adoptado por una pareja gay "va a recibir amor y estoy segura que una cultura de valores tanto o más que una pareja heterosexual".

"Soy enemiga de estigmatizar y de discriminar, soy enemiga absoluta. Pero no se hará como yo quiero, sino como sean las políticas de estado", aseguró.

Ana Jara también se escudó en Jesucristo, a quien calificó como "comelón" y "bebelón" para justificar su apoyo a la adopción gay al decir que "si nosotros jamás seremos mayores que el Maestro, ¿por qué nosotros tendríamos que discriminar?".

ACI Prensa llamó a Nancy Tolentino, también evangélica y directora del Programa Integral Nacional para el Bienestar Familiar (INABIF) –una dependencia del Ministerio de la Mujer encargada de velar por niños en situación de abandono– quien no quiso declarar sobre el tema ya que no le compete a su despacho.

Sin embargo precisó que el tema de las adopciones "no tiene nada que ver con el INABIF. Hay una dirección general de adopciones, es un órgano independiente del Ministerio, que ve todo el tema de adopciones. No lo ve el INABIF", aseguró.

El INABIF tiene entre sus funciones la promoción de "la protección integral de niñas(os) y adolescentes en riesgo o abandono, propiciando la generación y el mejoramiento de las condiciones que aseguren su desarrollo".

Por su parte, Raquel Gago Prialé, directora ejecutiva de la Unión de Iglesias Cristianas Evangélicas del Perú (UNICEP), también evitó dar declaraciones argumentando encontrarse "de licencia" en sus funciones.

ACI Prensa intentó repetidamente comunicarse con el Presidente de UNICEP, Manuel Gutiérrez y su secretario, el pastor Javier Loayza, pero al cierre de esta edición no obtuvo respuesta.

No es la primera vez que la ministra Jara genera este tipo de controversia. Según informó la Oficina de América Latina del Popular Research Institute (PRI), el 27 de abril de este año la funcionaria dijo que tuvo que "acceder" a apoyar el protocolo del aborto terapéutico.

Este protocolo es una maniobra orquestada por las feministas que busca despenalizar el aborto a pedido en el Perú y que tiene el apoyo de grupos como PROMSEX, Demus, Manuela Ramos y Católicas por el Derecho a Decidir.

Recientemente ACI Prensa reveló que, en la última década, Católicas por el Derecho a Decidir invirtió más de 13 millones de dólares en promover el aborto en América Latina.

Texto completo de la catequesis del Papa: Cómo hablar de Dios en nuestro tiempo (28 de noviembre 2012)

Queridos hermanos y hermanas:

La pregunta principal que nos planteamos hoy ¿cómo hablar de Dios en nuestro tiempo? ¿Cómo comunicar el Evangelio, para abrir caminos a su verdad salvífica en los corazones de nuestros contemporáneos, a menudo cerrados, y en sus mentes, a veces distraídas por tantos destellos de la sociedad? El mismo Jesús, nos dicen los Evangelistas, al anunciar el Reino de Dios se preguntó acerca de esto: Ha dicho"¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo?" (Mc 4, 30). Cómo hablar de Dios hoy. La primera respuesta es que nosotros podemos hablar de Dios porque Dios ha hablado con nosotros. La primera condición del hablar de Dios es, por lo tanto, la escucha de lo que ha dicho el mismo Dios. Ha hablado con nosotros. Dios no es una hipótesis lejana del mundo por su origen, Dios se preocupa por nosotros, Dios nos ama, Dios ha entrado personalmente en la realidad de nuestra historia, se ha ‘auto-comunicado’ hasta encarnarse. Por lo tanto, Dios es una realidad de nuestra vida, Dios es tan grande que tiene tiempo también para nosotros, que puede ocuparse de nosotros y se ocupa de nosotros. En Jesús de Nazaret, encontramos el rostro de Dios, que ha bajado de su Cielo, para sumergirse en el mundo de los hombres y en nuestro mundo y enseñar el "arte de vivir", el camino hacia la felicidad; para liberarnos del pecado y hacernos plenamente hijos de Dios (cfr. Ef 1, 5, Rom 8, 14). Jesús vino para salvarnos y mostrarnos la vida buena del Evangelio.

Hablar de Dios significa, ante todo tener claro lo que debemos brindar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. No un Dios abstracto, no una hipótesis, sino un Dios concreto, un Dios que existe, que ha entrado en la historia y está presente en la historia, el Dios de Jesucristo como respuesta a la pregunta fundamental del por qué y cómo vivir. Por lo tanto, hablar de Dios requiere una familiaridad con Jesús y su Evangelio, presupone un conocimiento nuestro personal y real de Dios y una gran pasión por su proyecto de salvación, sin ceder a la tentación del éxito, sino siguiendo el método de Dios mismo. El método de Dios es el de la humildad, Dios se hace uno de nosotros, es el método cumplido en la Encarnación, en la humilde casa de Nazaret y en la gruta de Belén, el la parábola del grano de mostaza. Se requiere no temer la humildad de los pequeños pasos y confiar en la levadura, que penetra en la masa y la hace crecer lentamente (cfr. Mt 13, 33). Al hablar de Dios, en la obra de la evangelización, bajo la guía del Espíritu Santo, es necesario recuperar la simplicidad, un retorno a lo esencial del anuncio: la Buena Nueva de un Dios que es real, concreto, de un Dios que se preocupa por nosotros, de un Dios-Amor que se acerca a nosotros en Jesucristo hasta la Cruz y que, en la Resurrección nos dona la esperanza y nos abre a una vida que no tiene fin, la vida eterna. Ese comunicador excepcional que fue el apóstol Pablo nos ofrece una lección que va directo al corazón de la fe, sobre cómo hablar de Dios con gran sencillez. Hemos escuchado hace poco que en la primera carta a los Corintios escribe: "Por mi parte, hermanos, cuando los visité para anunciarles el misterio de Dios, no llegué con el prestigio de la elocuencia o de la sabiduría. Al contrario, no quise saber nada, fuera de Jesucristo, y Jesucristo crucificado" (2, 1-2). Por lo tanto, la primera realidad es que no habla de una filosofía que él ha desarrollado, no habla de ideas que ha encontrado o que ha inventado, habla de una realidad de su vida, habla del Dios que ha entrado en su vida, habla de un Dios real, que vive, que ha hablado con él, que hablará con él del Cristo resucitado, crucificado y resucitado. La segunda realidad es que habla, no se busca a sí mismo, no quiere crearse un grupo de admiradores, no quiere entrar en la historia como cabeza de una escuela de grandes conocimientos, no se busca así mismo, no quiere tener un grupo de admiradores suyos, Pablo anuncia a Cristo y quiere ganar personas para el Dios verdadero y real. Pablo habla con el único anhelo de predicar lo que ha entrado en su vida y que es la verdadera vida, que lo ha conquistado en el camino a Damasco. Hablar de Dios quiere decir dar espacio a Aquél que nos lo hace conocer, que nos revela su rostro de amor; significa expropiar nuestro propio yo, ofreciéndolo a Cristo, conscientes de que no somos nosotros los que podemos ganar a los otros para Dios, sino que debemos esperarlos de parte del mismo Dios, invocárselos a Él. El hablar de Dios nace por lo tanto de la escucha, de nuestro conocimiento de Dios que se realiza en la familiaridad con Dios, en la vida de oración y según los mandamientos.

Comunicar la fe, para san Pablo no quiere decir traer a sí mismo, sino decir abiertamente y públicamente lo que ha visto y oído en el encuentro con Cristo, lo que él ha experimentado en su vida ya transformada por aquel encuentro: es llevar a Jesús, que siente en sí mismo y se ha convertido en el verdadero sentido de su vida, para que quede claro a todos que Él es necesario para el mundo y decisivo para la libertad de cada hombre. El Apóstol no se contenta con proclamar las palabras, sino que implica la totalidad de su vida en la gran obra de la fe. Para hablar de Dios, tenemos que dejarle espacio en la esperanza de que es Él quien actúa en nuestra debilidad: dejar espacio sin miedo, con sencillez y alegría, en la profunda convicción de que cuanto más lo pongamos en medio, y no a nosotros, más nuestra comunicación será fructífera. Y esto también vale para las comunidades cristianas: ellas están llamados a mostrar la acción transformadora de la gracia de Dios, superando individualismos, cerrazones, egoísmos, indiferencia y viviendo en sus relaciones cotidianas el amor de Dios. ¿Son realmente así nuestras comunidades? Tenemos que ponernos en acción para ser cada vez más anunciadores de Cristo y no de nosotros mismos.

En este punto debemos preguntarnos cómo comunicaba Jesús. Jesús en su unicidad habla de su padre - Abba - y del Reino de Dios, con los ojos llenos de compasión por los sufrimientos y las dificultades de la existencia humana. Habla con gran realismo y, yo diría de manera esencial. El anuncio de Jesús nos muestra que en el mundo y en la creación aparece el rostro de Dios y nos muestra cómo en las historias cotidianas de nuestra vida Dios está presente, como en las parábolas de la naturaleza, del grano de mostaza, en la parábola del hijo pródigo, Lázaro y en todas las parábolas de Jesús. En los Evangelios vemos como Jesús está interesado por todas las situaciones humanas que encuentra, se inmersa en la realidad de los hombres y mujeres de su tiempo, con una plena confianza en la ayuda del Padre. Y en verdad, en estas historias, de manera oculta, Dios está presente y si estamos atentos lo podemos descubrir. Los discípulos, que viven con Jesús, las multitudes que se reúnen, ven sus reacciones a los problemas más disparatados, ven cómo habla, cómo se comporta; ven en Él la acción del Espíritu Santo, la acción de Dios. En Él anuncio y vida están entrelazados: Jesús actúa y enseña, siempre a partir de una relación íntima con Dios Padre. Este estilo se convierte en una indicación fundamental para nosotros los cristianos: nuestra forma de vivir en la fe y en la caridad se convierte en un hablar de Dios en el hoy, ya que muestra, con una existencia vivida en Cristo, la credibilidad y el realismo de lo que decimos con las palabras, porque no son solo palabras, sino que muestran la realidad, la verdadera realidad. Y en esto hay que tener cuidado para saber leer los signos de los tiempos de nuestra época, es decir, identificar el potencial, los deseos, los obstáculos que se encuentran en la cultura contemporánea, en particular el deseo de autenticidad, el anhelo de trascendencia, la sensibilidad para salvaguardar la creación, y comunicar sin miedo la respuesta que ofrece la fe en Dios. El Año de la Fe es una oportunidad para descubrir, con la fantasía animada por el Espíritu Santo, nuevos caminos a nivel personal y comunitario, a fin de que en todas partes la fuerza el Evangelio sea la sabiduría de la vida y la orientación existencial.

También en nuestro tiempo, un lugar especial para hablar de Dios es la familia, la primera escuela para comunicar la fe a las nuevas generaciones. El Concilio Vaticano II habla de los padres como los primeros mensajeros de Dios (cf. Constitución dogmática Lumen gentium, 11;.. Decr Apostolicam actuositatem, 11), llamados a redescubrir su misión, asumiéndose la responsabilidad en la educación, en abrir la conciencia de los pequeños al amor de Dios como un servicio esencial para sus vidas, siendo los primeros catequistas y maestros de la fe para sus hijos. 


Y en esta tarea es importante ante todo la vigilancia, que significa saber aprovechar las oportunidades favorables para introducir en la familia el discurso de la fe y para hacer madurar una reflexión crítica respecto a las muchas influencias a las que están sometidos los hijos. Esta atención de los padres es también sensibilidad en el reconocimiento de las posibles preguntas religiosas que se hacen mentalmente los niños, a veces, evidentes a veces ocultas. Después está la alegría: la comunicación de la fe siempre debe tener un tono de alegría. Es la alegría de la Pascua, que no calla u oculta la realidad del dolor, del sufrimiento, la fatiga, las dificultades, la incomprensión y la muerte misma, sino que puede ofrecer criterios para la interpretación de todo, desde la perspectiva de la esperanza cristiana.

La vida buena del Evangelio es esta nueva mirada, esta capacidad de ver con los mismos ojos de Dios cada situación. Es importante ayudar a todos los miembros de la familia a comprender que la fe no es una carga, sino una fuente de alegría profunda, es percibir la acción de Dios, reconocer la presencia del bien, que no hace ruido, y proporciona valiosas orientaciones para vivir bien la propia existencia. Por último, la capacidad de escucha y de dialogo: la familia debe ser un ámbito donde se aprende a estar juntos, para conciliar los conflictos en el diálogo mutuo, que está hecho de escucha y de palabra, de entenderse y amarse, para ser signo, el uno para el otro, del amor misericordioso de Dios.

Hablar de Dios, por lo tanto, significa comprender con la palabra y con la vida que Dios no es un competidor de nuestra existencia, sino que es el verdadero garante, el garante de la grandeza de la persona humana. Así volvemos al principio: hablar de Dios es comunicar, con fuerza y ​​sencillez, con la palabra y la vida, lo que es esencial: el Dios de Jesucristo, el Dios que nos ha mostrado un amor tan grande, de encarnarse, morir y resucitar por nosotros; ese Dios que nos invita a seguirlo y dejarnos transformar por su amor inmenso para renovar nuestra vida y nuestras relaciones; el Dios que nos ha dado a la Iglesia, para caminar juntos y, a través de la Palabra y los Sacramentos, renovar la entera Ciudad de los hombres, para que pueda llegar a ser la Ciudad de Dios.

Traducción de Cecilia de Malak y Eduardo Rubió

domingo, 25 de noviembre de 2012

TEXTO ALOCUCIÓN BENEDICTO XVI EN EL CONSISTORIO PARA LA CREACIÓN DE 6 NUEVOS CARDENALES 24.11.12:

«Creo en la Iglesia, una, santa, católica y apostólica».

Queridos hermanos y hermanas

Estas palabras, que dentro de poco pronunciarán solemnemente los nuevos cardenales al hacer la profesión de fe, son parte del símbolo niceno-constantinopolitano, la síntesis de la fe de la Iglesia que cada uno recibe en el momento del Bautismo. Sólo profesando y preservando intacta esta regla de la verdad somos verdaderos discípulos del Señor. En este Consistorio, quisiera centrarme particularmente en el significado del término «católica», que indica un rasgo esencial de la Iglesia y su misión. El argumento sería amplio y se podría enfocar desde diversas perspectivas. Hoy me limitaré sólo a alguna consideración.

Las notas características de la Iglesia responden al designio divino, como se afirma en el Catecismo de la Iglesia Católica: «Es Cristo, quien, por el Espíritu Santo, da a la Iglesia el ser una, santa, católica y apostólica, y Él es también quien la llama a ejercitar cada una de estas cualidades» (n. 811). Más específicamente, la Iglesia es católica porque Cristo abraza en su misión de salvación a toda la humanidad. Aunque la misión de Jesús en su vida terrena se limitaba al pueblo judío, «a las ovejas descarriadas de Israel» (Mt 15,24), sin embargo desde el inicio estaba orientada a llevar a todos los pueblos la luz del Evangelio y a hacer entrar a todas las naciones en el Reino de Dios. En Cafarnaún, Jesús exclama ante la fe del centurión: «Os digo que vendrán muchos de Oriente y Occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos» (Mt 8,11). Esta perspectiva universalista se desprende, por ejemplo, de la presentación que Jesús hace de sí mismo, no sólo como «Hijo de David», sino también como «Hijo del hombre» (Mc 10,33), como hemos oído en el pasaje evangélico proclamado hace poco. En el lenguaje de la literatura judía apocalíptica inspirada en la visión de la historia en el Libro del profeta Daniel (cf. 7,13-14), el título «Hijo del hombre» se refiere al personaje que viene «en las nubes del cielo» (v. 13), y es una imagen que anuncia con antelación un reino totalmente nuevo, un reino que no se apoya en los poderes humanos, sino en el verdadero poder que proviene de Dios. Jesús usa esta expresión rica y compleja, y la refiere a sí mismo para manifestar el verdadero carácter de su mesianismo, como misión hacia todo el hombre y todos los hombres, superando todo particularismo étnico, nacional y religioso. En efecto, en este nuevo reino, que la Iglesia anuncia y anticipa, y que vence la fragmentación y la dispersión, se entra precisamente siguiendo a Jesús, dejándose atraer dentro de su humanidad, y por tanto en la comunión con Dios.

Además, Jesús no envía su Iglesia a un grupo, sino a la totalidad del género humano para reunirlo, en la fe, en un único pueblo con el fin de salvarlo, como lo expresa bien el Concilio Vaticano II en la Constitución dogmática Lumen gentium: «Todos los hombres están invitados al Pueblo de Dios. Por eso este pueblo, uno y único, ha de extenderse por todo el mundo a través de todos los siglos, para que así se cumpla el designio de Dios» (n. 13). Así, pues, la universalidad de la Iglesia proviene de la universalidad del único plan divino de salvación del mundo. Este carácter universal aparece claramente el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo inunda de su presencia a la primera comunidad cristiana, para que el Evangelio se extienda a todas las naciones y haga crecer en todos los pueblos el único Pueblo de Dios. Así, ya desde sus comienzos, la Iglesia está orientada kat’holon, abraza todo el universo. Los Apóstoles dan testimonio de Cristo dirigiéndose a los hombres de toda la tierra, todos los comprenden como si hablaran en su lengua materna (cf. Hch 2,7-8). A partir de aquel día, la Iglesia, con la «fuerza del Espíritu Santo», según la promesa de Jesús, anuncia al Señor muerto y resucitado «en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo» (Hch 1,8). Por tanto, la misión universal de la Iglesia no sube desde abajo, sino que desciende de lo alto, del Espíritu Santo, y está orientada desde el primer instante a expresarse en toda cultura para formar así el único Pueblo de Dios. No es tanto una comunidad local que crece y se expande lentamente, sino que es como levadura destinada a lo universal, a la totalidad, y que lleva en sí misma la universalidad.

«Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16,15); «haced discípulos de todos los pueblos» (Mt 28,19). Con estas palabras, Jesús envía a los Apóstoles a todas las criaturas, para que llegue por doquier la acción salvífica de Dios. Pero si nos fijamos en el momento de la ascensión de Jesús al cielo, según se relata en los Hechos de los Apóstoles, observamos que los discípulos siguen encerrados en su visión, piensan en la restauración de un nuevo reino davídico, y preguntan al Señor: «¿Es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?» (Hch 1,6). Y ¿cómo responde Jesús? Responde abriendo sus horizontes y dejándoles una promesa y un cometido: promete que serán colmados de la fuerza del Espíritu Santo y les confiere el encargo de dar testimonio de él en el mundo, superando los confines culturales y religiosos en los que estaban acostumbrados a pensar y vivir, para abrirse al reino universal de Dios. Y en los comienzos del camino de la Iglesia, los Apóstoles y los discípulos se ponen en marcha sin ninguna seguridad humana, sino con la sola fuerza del Espíritu Santo, del Evangelio y de la fe. Es el fermento que se esparce por mundo, entra en las diversas coyunturas y en los múltiples contextos culturales y sociales, pero que sigue siendo una única Iglesia. En torno a los Apóstoles florecen las comunidades cristianas, pero éstas son «la» Iglesia, que tanto en Jerusalén como en Antioquía o Roma, es siempre la misma, una y universal. Y cuando los Apóstoles hablan de la Iglesia, no se refieren a su propia comunidad: hablan de la Iglesia de Cristo, e insisten en esta identidad única, universal y total de la Catholica, que se realiza en cada Iglesia local. La Iglesia es una, santa, católica y apostólica; refleja en sí misma la fuente de su vida y de su camino: la unidad y la comunión de la Trinidad.

También el Colegio Cardenalicio se sitúa en el surco y en la perspectiva de la unidad y la universalidad de la Iglesia: muestra una variedad de rostros, en cuanto expresa el rostro de la Iglesia universal. A través de este Consistorio, deseo destacar de manera particular que la Iglesia es la Iglesia de todos los pueblos, y se expresa por tanto en las diversas culturas de los distintos continentes. Es la Iglesia de Pentecostés, que en la polifonía de las voces eleva un canto único y armonioso al Dios vivo.

Saludo cordialmente a las delegaciones oficiales de los diferentes países, a los obispos, sacerdotes, personas consagradas y fieles laicos de las distintas comunidades diocesanas, así como a todos los que participan en la alegría de los nuevos miembros del Colegio Cardenalicio, a los cuales les unen lazos de parentesco, amistad o cooperación. Los nuevos cardenales, que representan a varias diócesis del mundo, son ahora agregados a título especial a la Iglesia de Roma, y refuerzan así los vínculos espirituales que unen a toda la Iglesia, vivificada por Cristo, estrechamente reunida en torno al Sucesor de Pedro. Al mismo tiempo, el rito de hoy expresa el valor supremo de la fidelidad. En efecto, en el juramento que haréis dentro de poco, venerados hermanos, están escritas palabras cargadas de un profundo significado espiritual y eclesial: «Prometo y juro permanecer, ahora y por siempre hasta el final de mi vida, fiel a Cristo y a su Evangelio, constantemente obediente a la Santa Iglesia Apostólica Romana». Y, al recibir la birreta roja, oiréis cómo se os recuerda que ésta indica «que debéis estar preparados para comportaros con fortaleza, hasta el derramamiento de la sangre, por el incremento de la fe cristiana, por la paz y la tranquilidad del Pueblo de Dios». A su vez, la entrega del anillo está acompañada de una advertencia: «Has de saber que, con el amor al Príncipe de los Apóstoles, se refuerza tu amor a la Iglesia».

He aquí indicada, en estos gestos y las expresiones que los acompañan, la fisionomía que hoy asumís en la Iglesia. De ahora en adelante, estaréis todavía más estrechamente unidos a la Sede de Pedro: los títulos o las diaconías de las iglesias de la Urbe os recordarán el lazo que os une, como miembros a título especialísimo, a esta Iglesia de Roma, que preside la caridad universal. Principalmente por la colaboración con los Dicasterios de la Curia Romana, seréis mis preciosos colaboradores, ante todo en el ministerio apostólico para con la catolicidad entera, como Pastor de toda la grey de Cristo y primer garante de la doctrina, de la disciplina y de la moral.

Queridos amigos, alabemos al Señor, que «no cesa de enriquecer con generosidad de dones a su Iglesia extendida por el mundo» (Oración), y da nuevo vigor a la perenne juventud que le ha dado. A él confiamos el nuevo servicio eclesial de estos estimados y venerados hermanos, para que den un valiente testimonio de Cristo, en el dinamismo edificante de la fe y en el signo de un incesante amor oblativo.

Texto completo de la alocución de Benedicto XVI antes de rezar el ángelus: En las atormentadas vicisitudes de la historia, Dios sigue construyendo su Reino de amor

Queridos hermanos y hermanas: 

Hoy la Iglesia celebra a Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo. Esta solemnidad se coloca al término del año litúrgico y resume el misterio de Jesús «primogénito de los muertos y dominador de todos los poderosos de la tierra» (Oración Colecta Año B), ensanchando nuestra mirada hacia la plena realización del Reino de Dios, cuando Dios será todo en todos (Cfr. 1 Co 15, 28). 

San Cirilo de Jerusalén afirma: «Nosotros anunciamos no sólo la primera venida de Cristo, sino también una segunda mucho más bella de la primera. La primera, en efecto, fue una manifestación de padecimiento, la segunda trae la diadema de la realeza divina; en la primera fue sometido a la humillación de la cruz, en la segunda está rodeado y glorificado por una multitud de ángeles » (Catequesis XV,1 Illuminandorum, De secundo Christi adventu: PG 33, 869 A). 

Toda la misión de Jesús y el contenido de su mensaje consisten en anunciar el Reino de Dios y actuarlo en medio de los hombres con signos y prodigios. «Pero – como recuerda el Concilio Vaticano II – ante todo el Reino se manifiesta en la misma persona de Cristo» (Constitución dogmática Lumen gentium, 5), que lo ha instaurado mediante su muerte en la cruz y su resurrección, con la que se ha manifestado cual Señor y Mesías y Sacerdote eterno. Este Reino de Cristo ha sido encomendado a la Iglesia, que es su «germen» e «inicio» y tiene el deber de anunciarlo y difundirlo entre todas las gentes, con la fuerza del Espíritu Santo (Cfr. ibíd.). Al término del tiempo establecido, el Señor entregará a Dios Padre el Reino y le presentará a todos los que han vivido según el mandamiento del amor. 

Queridos amigos, todos nosotros estamos llamados a prolongar la obra salvífica de Dios convirtiéndonos al Evangelios, poniéndonos con decisión al servicio de aquel Rey que no ha venido para ser servido sino para servir y dar testimonio de la verdad (Cfr. Mc 10, 45; Jn 18,37). 

En esta perspectiva invito a todos a orar por los seis nuevos Cardenales que he creado ayer, a fin de que el Espíritu Santo los refuerce en la fe y en la caridad y los colme con sus dones, de modo que vivan su nueva responsabilidad como una entrega ulterior a Cristo y a su Reino. 

Estos nuevos miembros del Colegio Cardenalicio representan bien la dimensión universal de la Iglesia: son Pastores de Iglesias en El Líbano, en la India, en Nigeria, en Colombia, en Filipinas y, uno de ellos, está desde hace mucho tiempo, al servicio de la Santa Sede. 

Invoquemos la protección de María Santísima sobre cada uno de ellos y sobre los fieles encomendadnos a su servicio. Que la Virgen nos ayude a todos a vivir el tiempo presente en espera del regreso del Señor, pidiendo con fuerza a Dios: «Venga tu Reino», y cumpliendo esas obras de luz que nos acerca cada vez más al Cielo, conscientes de que, en las atormentadas vicisitudes de la historia, Dios sigue construyendo su Reino de amor.

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